Entrevistar a José Luis López Romeral trasciende lo normativo. Aprovecha el cuestionario para dar rienda suelta a su potencial creativo y, entre pregunta y pregunta, recita algunas de sus soleás, recuerda el cante de su tío Basiliso cuando cogían algarrobas o reflexiona sobre todo lo que el hombre ha llegado a perder con la llegada a la Luna, inquietud que plasmó en su misteriosa serie ‘Astronautas’, con la que conmemoró sus 25 años en la pintura.
Pero de eso ya han pasado otros 25 años y ahora este polifacético artista de San Martín de Montalbán (Toledo) que ha perdido la cuenta de los países en los que ha colgado cuadros, ha conversado con Europa Press al hilo de su medio siglo de brochazos, que va a celebrar con más de 10 exposiciones. La más inmediata, la que inaugura en el Museo del Quijote de Ciudad Real el 9 de octubre.
«No he dicho que no a nada. Hay material suficiente y variado como para no llevar el mismo a cada exposición. Me lo estoy pasando muy bien, porque estoy poniendo en valor todo lo que he hecho y no recordaba. Hay mucha verdad en esas obras», confiesa Romeral desde uno de los tres talleres que ha llegado a tener en Gálvez, localidad vecina a la que le vio nacer, con la que guarda un fuerte vínculo por razones familiares.
En ese universo ‘romeraliano’, entre cientos de cuadros apilados, esculturas o piedras en las que, haciendo un guiño al Greco, ha inmortalizado los rostros que forman parte de su peculiar ‘Apostolado seglar’, Romeral echa la vista atrás y asegura que todo empezó como un juego.
«Yo sabía que quería ser pintor. La gente me decía: ¡hay que ver este muchacho, pinta como un viejo!. Y a mi aquello me sorprendía, porque no tenía experiencia de nada», relata ese niño de la España de posguerra que hasta los 10 años el único contacto artístico que tuvo fue con el Cristo de la Luz, epicentro del retablo de la iglesia de su pueblo y que, con el tiempo, descubrió que guarda gran semejanza con el Cristo de San Plácido de Velázquez.
Fue tras su paso por Toledo, a donde llegó con una beca para estudiar en el Seminario, cuando descubrió ese «mundo fantástico del Greco, lleno de color, de formas, de misterio, …», un impacto que se atrevió a reproducir en el 2014, cuando se conmemoró el IV Centenario de la muerte del pintor cretense, y exhibió maestría con una colección en la que experimentaba con el color, la figuración y la abstracción.
Y es que este creador autodidacta, que también ha bebido de Goya, Murillo o Velázquez, asegura que, aunque a lo largo de estos 50 años ha ganado oficio, no ha perdido esa forma primitiva de observar. «Me importa mucho la primera sensación que me causa cuando miro una cosa. Sé que esa impresión es la que voy a dejar prisionera en un lienzo y va a quedar para siempre».
LA PINTURA CONCEBIDA COMO UNA ECUACIÓN
Pero la evolución de Romeral en este medio siglo no ha sido lineal. Ha estado llena de atrevimiento y experimentación que le han llevado al olimpo creativo. Si empezó ajustándose a la realidad, emulando el hiperrealismo de Antonio López y poniendo la pintura al servicio de la literatura, ha terminado haciendo una figuración más libre y concibiendo los cuadros como «una ecuación», en la que suma, multiplica o divide color, materia, técnica y texturas.
«En esa época hubo informalismo», rememora sobre esos años en los que compaginó la pintura con su trabajo en la fábrica de Peugeot de Villaverde. Allí, aprovechando los huecos que le dejaba la cadena de montaje, jugó con los materiales industriales que tenía a su alcance, como las flechas amarillas del suelo, en las que veía «salida a la tensa sociedad del inicio de democracia», o las lijas que se usaban para los coches. Con esos elementos, rozó lo abstracto y se encumbró como artista. «Es una de las cosas más bonitas y más apasionantes que he hecho», reconoce con orgullo.
Y con esa misma pasión con la que ha vivido la pintura, se entregó al flamenco, expresión artística que, según relata, le ha hecho descubrir y sacar su vertiente más poética. Son muchas las letras que ha firmado y han terminado sonando por milongas o soleás, quizá porque esos ritmos ya estaban dentro de él.
«Descubrí que mis ancestros eran flamencos. Mi abuelo materno, Pedro, tocaba la guitarra en San Martín, y le llamaban cuando había bautizos o bodas. Y mi tío Basiliso entonaba muy bien por malagueñas, granaínas, soleás o fandangos. Recuerdo que cantaba cuando cogíamos algarrobas y me gustaba mucho escucharle», rememora Romeral, que ha llegado a codearse con la flor y nata del cante jondo, a la que ha inmortalizado con sus pinceles.
LA HUELLA DE MELQUE
Otra parada obligatoria en su trayectoria es Santa María de Melque, ese cúmulo misterioso de piedras que rezuma energía, emblema de su obra. «Siempre ha formado parte de mi paisaje, desde niño. De esa mirada infantil, pasó a la mirada de artista y a verla desde otra dimensión».
Solo un virtuoso como él pudo crear un perfil de mujer a partir de una de sus ventanas. Un círculo sobre un rectángulo para empezar a jugar con tocados, colores y materiales y reproducir miles de ‘Dulcineas de Melque’, una de sus obras más icónica y reconocible, con las que ha internacionalizado este sitio histórico.
No en vano, el arte de este humilde lugareño, que sigue disfrutando de su partida de mus con sus amigos y parroquianos, ha trascendido fronteras, aunque ya no recuerde los países a los que han llegado sus obras. «Ya no los controlo. Han ido a Japón, Estados Unidos, Alemania, Francia, Portugal, Inglaterra, Luxemburgo, Sudamérica, incluso África. Alguno habrá ido por allí».
En esta charla con Europa Press, además de repasar esas cinco décadas transcurridas desde que expuso por primera vez en el Ateneo Popular de Getafe, municipio que también ha sido cómplice y testigo de su crecimiento artístico, este incombustible creador, aunque practicante del ‘carpe diem’, habla también de futuro.
«Me gustaría volver a pintar los campos de la zona, que me siguen emocionando igual que cuando era niño. Me gusta la humildad de ese verde seco y sobrio de sus encinas, los rojizos tétricos y densos de las zarzas. Pero igual, si me lo pide un amigo, pinto una oveja. Es muy bonito que alguien que no está dentro del mundo del arte te requiera para hacer una cosa que puede ser importante para él. Manifestar la generosidad como se te ha dado a ti y transmitirla es hermoso», reflexiona Romeral que pone el broche recitando una de sus soleás, en las que condensa su filosofía de vida.
«Cuántas gracias doy al cielo de la suerte que he tenido, sólo con abrir los ojos se me alegran los sentidos, cuando yo abro mi boca, muchos se alegran conmigo».